El cuento del Olelé
Un verano el poblado se quedó sin comida. Las pescadoras salían a pescar, pero volvían con las redes vacías. Desapareció la felicidad y las niñas y niños empezaban a quejarse del hambre. La jefa del poblado decidió enviar la canoa más grande con las más expertas pescadoras más allá de lo que nunca habían llegado. Las pescadoras zarparon y pronto estaban ya en medio del río. Las pescadoras más expertas, Abhi y Zanema, discutían sobre dónde ir.
—Vamos a los bancos de peces del norte, lejos de la orilla —dijo Abhi.
—No —dijo Zanema— hay demasiadas rocas y moriremos. No ordenaré a las mujeres remar hacia las rocas.
—Pero allí entre las rocas es donde está la pesca —decía Abhi.
—No, tenemos que ir a las aguas tranquilas del sur, donde duermen los peces más grandes.
—Soy la pescadora de más edad y mi palabra es ley. Remad hacia el norte —sentenció Abhi.
Pero Zanema, que controlaba a la tripulación, no daba la orden y la embarcación empezó a ir a la deriva. Una tormenta se acercaba y el viento empezó a soplar. Las aguas se encrespaban y empezaban a empujar la canoa.
—¡Oh, no! —decían todas las mujeres—, volvamos a casa, con este viento no llegaremos a ningún sitio. —Y entonces en el cielo sonó la voz de Bénguela.
—¡Remad juntas!
Ellas, sobrecogidas al oír a Bénguela, comenzaron a remar, pero la tormenta ganaba fuerza y las mujeres, asustadas, decidieron volver atrás. Al dejar de remar, la canoa se iba a la deriva y las olas subían. De nuevo se oyó la voz de Bénguela.
—Vuestros hijos, vuestros maridos morirán de hambre si abandonáis.
Al escuchar esto, volvieron a remar, temerosas por sus familias, y remaron todas a una. La tormenta arreciaba y un rayo cayó junto a la canoa, pero siguieron remando, cantando: “¡Olelé!”. Juntas, remando como una, comenzaron a avanzar. El viento, entonces, empezó a amainar.
En ese momento se dieron cuenta de que estaban en un lugar del río que nunca antes habían visto. Al detenerse el viento lanzaron sus redes y pescaron y salió el sol. Era aquella una luz hermosa y diferente. Recogieron las redes y las encontraron llenas de enormes peces, tantos que la canoa parecía hundirse en el camino de vuelta. El poblado entero se agolpaba en la orilla para recibirlas. Mujeres, hombres y niños cantaron, danzaron y comieron y fue mucho el tiempo que duró su alegría.